Desarrollamos en este artículo la lectura política del lanzamiento de la agrupación Contracorriente en el I Encuentro Estatal donde su funda la misma.

La situación política actual, la decadencia del régimen, su deriva demofóbica o los movimientos de resistencia a la misma son las consecuencias de la debacle de un sistema basado en la explotación y la opresión: el capitalismo.

Los diez años que llevamos ya de crisis capitalista han desnudado su miseria. Sus consecuencias son pagadas por el conjunto del pueblo trabajador, y se ceban especialmente sobre los migrantes, las mujeres y la juventud. Los nuevos datos de empleo juvenil son demoledores: casi un 50% de paro juvenil y el 95% de los contratos son parciales y/o temporales. Un reciente estudio ha arrojado que nuestra generación es significativamente más pobre que las anteriores cuando tenían nuestra edad.

Es decir, que la recuperación económica que tanto reivindican se ha conseguido a costa de nuestra sangre, sudor y lágrimas, metafórica y literalmente. Pero no les basta. Las organizaciones en torno a las cuales se agrupan los ideólogos del capitalismo ya están pidiendo más flexibilización laboral, más liberalización de los mercados, mayor contención del gasto público, esto es, traducido al lenguaje común: menos derechos, más recortes, más ataques contra los intereses de la mayoría y menos libertades democráticas para que puedan imponerlos.

En ese contexto, no es de extrañar que se estén produciendo masivos procesos de resistencia de escala global. Los gobiernos han desnudado a los ojos de millones el papel que juegan como representantes de los intereses del capitalismo, actúan, como dijo Marx, como una suerte de “junta que administra los negocios comunes de la burguesía”. De este modo encontramos enormes fenómenos de lucha, en los que la juventud juega un papel estrella, en todo el mundo. Lo vemos en Francia, en EEUU, en Argentina, en México, en Chile, lo vimos en África durante la Primavera Árabe, etc. como procesos que empiezan a cuestionar el orden mundial establecido.

En el Estado español, ese proceso de cuestionamiento tiene como su principal actor protagonista a los cientos de miles de mujeres que abarrotan las calles incansables contra el machismo y la opresión de género. Han puesto de relieve que la igualdad legal y formal está lejos de ser la igualdad ante la vida. Han expuesto que existe un hetero-patriarcado, que contamina las relaciones sociales, personales, afectivas y sexuales y del cual el capitalismo es su principal aliado.

Por ello, toda lucha anticapitalista consecuente tiene necesariamente que luchar contra la opresión de género, contra la opresión sexual, contra la opresión racial… Porque el mundo que aspiramos a construir está basado en una sociedad sin explotación, sin clases sociales y sin opresores ni oprimidos.

Nuestros críticos, los escépticos o a los que directamente les interesa que se mantenga el orden vigente, nos llamarán utopistas. Nosotros y nosotras tenemos que responderles que somos realistas, que la única forma de conquistar las demandas justas de la mayoría es acabando con este sistema. Que lo utópico es creer que se puede vivir bien en el capitalismo. Que se puede alcanzar un bienestar generalizado de la población. No hay más que echar un vistazo alrededor para comprobar lo absurdo de esta gran mentira. A cincuenta años de Mayo del 68 tenemos que recuperar esa gran consigna que decía “seamos realistas, pidamos lo imposible”.

Y como somos realistas, somos conscientes de que los capitalistas no van a ceder sus privilegios sin lucha y sin resistencia. La historia del siglo XX está marcada a fuego con los monstruos y las dictaduras a las que estuvieron dispuestos a recurrir para evitarlo a toda costa. Pero también está marcada por aquellas revoluciones que fueron capaces de arrebatarles el poder y de expropiar a la burguesía.

Por eso los capitalistas de hoy en día están aterrados ante esa perspectiva. Tratan de convencernos de que toda posibilidad de transformación radical es indeseable, si no imposible. Recurren al ejemplo monstruoso que supuso el estalinismo para tratar de meternos la idea en la cabeza de que toda revolución conlleva tiranía.

Nosotros y nosotras tenemos que contestarles que eso es mentira. Que la historia, los avances de la humanidad, no pueden entenderse sin revoluciones. Que el fin del esclavismo se debe a las revoluciones de los esclavos. Que el fin del feudalismo y la colonización no se explica sin revoluciones. Que no pueden concebirse los avances del mundo actual, aún con todas sus injusticias, sin las revoluciones que lo conformaron.

Por eso, la gran victoria que puede obtener este sistema, el mayor robo que puede perpetrar contra nosotros y nosotras, es convencernos de que es la única alternativa posible. Eliminar la idea de la revolución de nuestras cabezas. Y para ello pone todos los medios a su alcance y cuenta con la colaboración de aquellos que dicen que el capitalismo es reformable. Que puede alcanzarse una sociedad justa en un sistema que se sostiene sobre la injusticia.

Nosotras y nosotros queremos recuperar la idea de la revolución. La revolución entendida como un proceso de transformación radical que conlleve una participación mayoritaria, con la clase trabajadora al frente y que de al traste con el orden vigente en todos sus elementos, que revolucione cada aspecto de la vida.

Leon Trotsky, uno de los principales dirigentes de la revolución rusa junto a Lenin, las describió de este modo: “el rasgo más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas.

Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen”; y concluye, “la historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

Y esa debe ser la labor que nos propongamos. Favorecer la autoorganización democrática del conjunto de la clase trabajadora, los migrantes, las mujeres y la juventud. Participar de cada una de sus luchas, pero, al mismo tiempo, señalando y tratando de convencer de que cada lucha parcial solo tiene sentido si apunta a la destrucción del sistema capitalista y la construcción de una sociedad nueva.

Porque no hay nada que determine que tengan que existir ricos y pobres, nada que determine que se tenga que discriminar a la mitad de la población por nacer mujeres, nada que determine que nuestro color de piel nos diferencie, nada que determine que los recursos naturales tengan que explotarse hasta el agotamiento a favor de una minoría ni nada que determine que esa minoría tenga que ordenar el conjunto de la producción a costa de hacernos más miserables.

La historia nos ha demostrado que las revoluciones, que estos grandes movimientos de transformación, van a producirse como consecuencia de las condiciones insoportables que nos imponen sistemas opresivos como el capitalismo y la característica innata del ser humano a rebelarse contra la injusticia.

Pero la historia también nos ha demostrado que para que estas mismas revoluciones triunfen es necesaria la existencia de una organización revolucionaria que agrupe a las personas más conscientes y decididas para llevarla al éxito.

Por desgracia, esta organización no existe actualmente. Esta organización a día de hoy está por construirse. Los y las militantes de la CRT que impulsamos este encuentro dedicamos nuestros esfuerzos a su creación. Este encuentro, que organizamos junto a decenas de compañeras y compañeros independientes con los que construimos agrupaciones en todo el Estado, pretende dar pasos en la dirección de poner a la juventud a la cabeza de esa tarea.

Queremos a nuestro lado a las y los jóvenes más rebeldes, inconformistas, combativos y que no se arrodillen. Que sean parte de la izquierda que verdaderamente nos merecemos.

Queremos defender estas ideas que todavía son minoritarias para que dejen de serlo. Es decir, queremos construir una juventud a contracorriente que aspira a ser la corriente mayoritaria en un contexto en el que las viejas fórmulas se han demostrado fracasadas y hay avidez de ideas nuevas.

Construyamos este proyecto conjuntamente. Hagamos de hoy un día histórico, un primer paso para constituir una gran juventud anticapitalista, feminista y revolucionaria.

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