Por hacer los exámenes presenciales se han aglomerado cientos de estudiantes en medio de un nuevo repunte de la pandemia. Impulsemos asambleas online para discutir un plan de lucha por una alternativa de evaluación segura. Es hora de cuestionar el sistema de evaluación por exámenes y la posibilidad de participación estudiantil en la vida académica.

Ni la ola de frío ni la de covid han impedido que las universidades pusieran en marcha la maquinaria aplastante de las evaluaciones. Nada más terminar las vacaciones de Navidad miles de estudiantes de todo el Estado tuvimos que ir a los campus en pleno temporal, viajando en transportes públicos atestados para realizar exámenes en aulas compartidas por decenas y a veces centenares de alumnos, con las ventanas abiertas entrando la nieve en clase y con temperaturas bajo cero.

Las redes -único lugar en el que se nos permite quejarnos- han estallado de indignación con las imágenes de las aglomeraciones en los pasillos o las respuestas delirantes de algunos docentes y de las propias autoridades universitarias, como que no somos de fiar o que al estar en silencio se emite menos CO2 (¿entonces por qué cerraron las bibliotecas?).

La contradicción evidente para cualquiera es que en pleno repunte de la pandemia, mientras aumentan las restricciones y toques de queda, habiendo sido objeto de campañas de criminalización que literalmente decían que matábamos a nuestras abuelas si nos juntábamos más de seis, cuando la docencia ha sido semipresencial si no completamente a distancia (como en las universidades de Andalucía o Catalunya) no parece un problema reunir grupos enteros en una misma clase si de hacer un examen se trata. Los exámenes e “impedir que copiemos” están por encima de nuestra salud y de todo criterio sanitario.

Este fetiche de llevar a cabo los exámenes a pesar de las circunstancias, caiga quien caiga, muestra la irracionalidad alcanzada por un sistema educativo en el que el acento no está en la formación y el aprendizaje, sino en ponernos nota y clasificarnos. ¿Cómo si no es posible que en estas circunstancias excepcionales, cuando además se ha aprovechado para recortar en docencia, servicios y derechos en los campus, se pretenda seguir con las mismas formas de evaluación?

Por ello muchos y muchas estudiantes están pidiendo, precisamente para no convertirse en un vector de contagio, que las pruebas se hagan a distancia. De hecho, los hashtags #ExamenesOnlineEspaña y #ExamenesOnlineYa se hicieron trending topic, de la misma manera que otros hashtags haciendo referencia a la terrible gestión de diferentes universidades públicas españolas.

Pero esta propuesta de los exámenes online también tiene varios problemas, como mostró la experiencia de la docencia y las evaluaciones online durante el confinamiento, en las que se expresaron los problemas derivados de la brecha digital -no todos podíamos contar con un equipo y una buena conexión- y además se invadía nuestra privacidad y se imponían medidas absurdas para evitar que copiáramos, medidas que fueron muy rechazadas por el estudiantado en aquel momento, planteándose otras propuestas alternativas como el Apto General.

Como entonces, ahora también existen otras opciones mucho más adecuadas para una situación de emergencia como esta y que ya se están aplicando en distintas asignaturas y cursos por la buena voluntad de algunos profesores y profesoras, como la entrega de trabajos, pruebas a distancia que no pongan el acento en evitar que se puedan consultar fuentes, evaluaciones orales, etc.

De hecho, es hora de empezar a cuestionar los exámenes como forma de evaluación y aprendizaje. Pruebas basadas principalmente en la memorización, que pretenden medir en unas horas el saber de una persona en toda un área, ¿a cuántos exámenes hemos ido a vomitar la lección de memoria y olvidarla para siempre? Es obvio que esta no es una forma eficaz y eficiente de aprender y desplegar los conocimientos adquiridos. El sistema de evaluación con exámenes, además, tiene una finalidad segregadora y fomenta la competitividad.

Independientemente de la forma de evaluación que se considere mejor, la opinión de los y las estudiantes debería ser decisiva y vinculante en una cuestión que afecta a nuestra formación y, en esta ocasión, a nuestra propia salud y la de nuestras familias. Sin embargo, nos han empujado, en contra de la lógica y de nuestra voluntad mayoritaria, a hacer estos exámenes bajo la amenaza de suspenso, pagar matrículas más caras el curso que viene, etc. Han dado igual las firmas, correos y requerimientos enviados para tratar de parar esta locura.

Mientras, representantes empresariales de la CEOE, consejeros del Banco Santander, PRISA, Roche y otras multinacionales, junto a la casta universitaria de rectores y decanos, cuentan con mucha mayor capacidad de meter mano en los criterios de evaluación que cualquier forma de participación estudiantil contemplada por las anquilosadas instituciones universitarias.

Esta es la realidad de la universidad neoliberal que ha puesto la educación al servicio de las necesidades de investigación y formación de las grandes empresas. En esta suerte de universidad-empresa no cabe ningún tipo de democracia para el estudiantado ni para la mayoría de docentes, trabajadores y trabajadoras de los campus.

Un modelo de universidad que los gobiernos del PPSOE impusieron a golpe de contrarreformas universitarias como el Plan Bolonia; modelo que tiene al ministro de Universidades Manuel Castells como uno de sus más fieles defensores. Él y la coalición de gobierno “progresista” son responsables directos de la crisis que atraviesa la universidad, carente de medios y depredada por todo tipo de intereses empresariales.

Por eso la única forma realista para lograr una alternativa a los exámenes presenciales pasa por que nos organicemos y plantemos cara. El temporal ha obligado a retrasar los exámenes, pero los problemas que vimos van a seguir estando las próximas semanas. Hay que decirlo bien claro: no se dan las condiciones adecuadas para hacer sus exámenes presenciales, primero por un criterio sanitario, segundo porque la formación a lo largo del curso se ha visto muy devaluada y se han recortado servicios esenciales de la universidad.

Tenemos que tomar el ejemplo de los y las estudiantes franceses que han bloqueado varios campus precisamente para protestar contra los exámenes presenciales. También el del movimiento estudiantil de Turquía que se ha movilizado contra la designación antidemocrática del rector de la Universidad de Bogaziçi.

Es el momento de organizarnos y desarrollar asambleas en cada curso, desde donde decidamos los métodos de evaluación y aprendizaje junto al profesorado, pero también de pensar un plan de lucha para imponer nuestras decisiones a esa casta universitaria antidemocrática que dirige las universidades junto a grandes empresarios.

Una movilización que no debería detenerse frente a un cambio de la evaluación en este momento puntual sino que, recuperando las mejores experiencias del movimiento estudiantil como Mayo del 68, apunte contra el método de evaluación memorística y competitiva y la universidad neoliberal que nos quiere educar como mano de obra efectiva y dócil, que nos sigue cobrando tasas impagables en medio de una crisis económica y social y que no permite que el estudiantado tenga ningún poder de decisión incluso en medio de una pandemia sin precedentes que lo ha alterado todo.

Porque nuestra formación y una universidad crítica al servicio de atender los grandes retos de esta sociedad, una universidad para las clases populares y al servicio de la transformación de la sociedad, es un sector esencial por el que urge pelear.

¡No a los exámenes presenciales!

¡Asambleas virtuales para organizar la lucha por una alternativa de evaluación segura!

¡Por una universidad en lucha contra la explotación y opresión del sistema capitalista y al servicio de las necesidades del pueblo trabajador!

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